Todas las posesiones del mundo no bastan para darle a nadie la felicidad que algunas personas, que prácticamente no poseen nada, experimentan en su interior.
La mayoría de las personas no ha dedicado tiempo a desarrollar su mundo interior, su verdadero yo, por eso el mundo exterior sólo les proporciona placeres ocasionales y esporádicos.Trabajar tu vida interior hará que tu vida social sea más fácil, porque no dependerás tanto de los demás, además te proporcionará fuerza y confianza.
Cambiar para ser más nosotros mismos
No podemos quedarnos
estancados si sabemos que un cambio nos permitiría ser más coherentes, más
eficaces y más felices
Bien como respuesta a circunstancias externas, bien por
reflexiones vinculadas a nuestra evolución personal, en ocasiones nos
planteamos la necesidad de tomar decisiones que suponen cambios drásticos en
nuestra manera de pensar o actuar. Somos animales de costumbres y tendemos a
responder del mismo modo ante estímulos similares, pero a la vez tenemos capacidad
para reaccionar de modo distinto al habitual, ya sea porque el entorno nos
exige en ese momento respuestas distintas (más adecuadas a la situación o más
conformes a nuestra manera de ver las cosas) ya porque queremos mejorar como
personas y ser más felices.
Los cambios surgen normalmente cuando sobrevienen circunstancias
distintas de las habituales, porque son las que con mayor probabilidad pueden
conducirnos a la necesidad de plantearnos una modificación de nuestro patrón de
conducta. Una conversación sincera y dolorosa con un amigo de toda la vida, la
ruptura de una larga relación de pareja, el nacimiento de un hijo, un proceso
introspectivo que nos confirma la necesidad de cambiar, el traslado a otro país
o ciudad, la muerte inesperada de un ser querido, la visita al psicólogo, los
hijos que se van de casa, la primera experiencia laboral, una enfermedad, la
jubilación... son muchos los factores que favorecen que pongamos en cuestión
algunas de nuestras convicciones o costumbres.
La
necesidad del cambio
Para crecer como personas, para madurar, para mantener un
equilibrio emocional que nos permita responder a las exigencias del entorno,
hemos de cambiar permanentemente. No podemos quedarnos estancados ni sentenciar
"soy así, qué le vamos a hacer", si sabemos o intuimos que un cambio
nos permitiría ser más coherentes, más eficaces y más felices.
Nuestra historia personal demuestra que como entes pensantes y
sensibles que somos, cambiamos y evolucionamos cada día. Y esa es una de las
emociones que nos depara la vida: comprobar cómo nos vamos adaptando, cómo
vamos interactuando con el entorno. Cada nueva situación exige una respuesta
específica que extraemos de nuestro interior tras remover, intuitiva o
premeditadamente, nuestra experiencia y nuestra manera de pensar tras recibir
la influencia de quienes nos quieren y nos rodean.
La mejor manera de reforzar nuestra identidad, de crear una
personalidad dinámica y fuerte es permanecer abiertos a las señales del
exterior y de nuestro interior, respondiendo en cada momento del modo más
adecuado.
Se trata de tomar el timón de nuestro barco, de pilotarlo hacia
donde queremos y podemos, y no hacia donde nos lleva la corriente o un mapa
obsoleto que no incluye la información necesaria para una navegación óptima.
Pero hemos de distinguir bien lo que queremos cambiar. Con las
tendencias profundas de la personalidad, con los sistemas de valores muy
interiorizados, con los hábitos muy arraigados, hemos de mostrar un especial
cuidado, porque modificarlos puede sumirnos en una crisis de identidad nada
deseable. Para evitar este error está la reflexión.
Por
dónde empezar
Muchos de nosotros ya tenemos identificados los hábitos y
actitudes más claramente mejorables, en la medida que nos causan problemas de
convivencia, no nos resultan útiles, no nos satisfacen o son incoherentes con
nuestra manera de pensar y de ver la vida. Comencemos por "trabajar"
este ámbito de mejora, porque es el que más satisfacción nos va a deparar. No
es fácil, porque son muchas y muy variadas las razones que nos han llevado a
ser como somos. En esta reflexión, no debe importar la edad, nunca es tarde si
el cambio nos permite interactuar mejor con el entorno o hacer las cosas tal y
como creemos que debemos hacerlas. Si, por temor a lo desconocido o a
equivocarnos, demoramos una decisión que sabemos acertada y necesaria nos
estamos negando la posibilidad de madurar, nos estamos haciendo daño, al frenar
una evolución del todo conveniente. Aplicar la receta de siempre ante
exigencias nuevas o repetir errores del pasado ante situaciones ya conocidas,
resulta en principio lo más cómodo y sencillo, pero nos conduce inexorablemente
al estancamiento, y nos aparta del dinamismo inherente al hecho de vivir en un
contexto que cambia.
También puede ocurrir que el freno al cambio no provenga de
nuestros hábitos, miedos o incertidumbres, sino del exterior: la pareja, los
hijos, los amigos, el trabajo, las convenciones sociales. No todos
evolucionamos al mismo ritmo, pero cada uno debe intentar preservar las cadencias
de su propia evolución, y adoptar las decisiones que considere esenciales para
su progreso como ser humano.
Los
primeros pasos
Replantearnos, analizar cómo somos, pensamos y actuamos, es un
ejercicio positivo y saludable siempre que lo hagamos con un objetivo de mejora
y de adaptación al medio. Hay ocasiones en que tenemos claro lo que deberíamos
hacer, pero nos encontramos con que una creencia muy arraigada nos impide
adoptar la decisión. ¿Qué hacer en ese caso? Comencemos por reflexionar, por ver
hasta qué punto es nuestra esa creencia y nos identifica esencialmente como
personas. Muchos de estos prejuicios son adquiridos y no reflejan nuestro real
sistema de valores. En ese caso, desprendámonos del lastre, y configuremos un
sistema propio, coherente con nuestras convicciones profundas, que nos permita
ser más felices y equilibrados.
Las personas que han conseguido realizar grandes y
satisfactorios cambios en su vida, lo han hecho a costa de romper hábitos y
creencias (suyas o ajenas) que les impedían evolucionar en la dirección
deseada. Es frecuente que la idea motora del cambio sea una obsesión o una
convicción profunda que permanecía aletargada esperando el momento para
emerger. Pero no siempre es así. La creatividad de la psique humana es insondable,
y una persona pensando y reflexionando puede llegar muy lejos si se lo propone.
La gente que no tiene una vida interior rica es esclava de sus posesiones y de su entorno...
Cambiar
es propio de personas inteligentes
· Nuestra vida y nuestra personalidad las vamos construyendo cada
día, y un asunto tan esencial no podemos dejarlo en manos del azar ni de la
voluntad de otras personas. ·
·
Reflexionemos sobre lo que no "nos llena" de cómo
somos. Escribamos una lista de cosas a mejorar, comenzando por las importantes.·
·
Permanezcamos atentos a lo que nos pasa. Cada situación requiere
una respuesta específica; cada deseo y cada sueño, también. ·
·
Analicemos las situaciones nuevas y estudiemos las ventajas e
inconvenientes de las decisiones que podemos adoptar ante ellas. ·
·
Una vez meditada suficientemente la decisión, si decidimos
cambiar, hagámoslo. ·
·
Escuchemos a quienes se oponen, pero decidamos en libertad. ·
·
El miedo al cambio siempre acecha: prestemos atención a los
pensamientos constructivos y positivos, no a los negativos ·
·
Si estamos convencidos de la necesidad del cambio y no nos vemos
capaces de hacerlo solos, solicitemos ayuda a profesionales en psicología.·
·
Seamos conscientes de que un cambio de rutinas o de manera de
pensar supone un esfuerzo y entraña algún riesgo emocional.
¡Qué estés bien!!!