La
persona eficaz sabe gestionar sus capacidades dedicando a cada objetivo el
tiempo y los recursos necesarios, consiguiendo lo que se pretende
Hay una serie de atributos personales que nadie desdeñaría:
buena imagen física, inteligencia, salud, optimismo, autoestima, cultura,
habilidad en las relaciones sociales, éxito en el trabajo...pero se nos olvida
algo: ser eficaces, esto es, conseguir lo que nos proponemos sin recurrir a
esfuerzos o medios distintos o superiores a los previstos. Entendemos por
eficacia la capacidad de alcanzar objetivos, siempre que estos sean razonables
y resulten coherentes con nuestra manera de ser y del contexto en que nos
movemos.
¿Cuántas veces hemos pensado que nos merecemos tener un mejor
trabajo, unas relaciones personales más fértiles y satisfactorias o una vida
emocional más intensa o equilibrada? Pues eso es la eficacia, la capacidad de
conseguir lo que se halla a nuestro alcance. Nuestra vida tiene más sentido si
se articula siguiendo las coordenadas de nuestro propio proyecto, en el que se
contemplan no sólo las metas, sino también los recursos con que contamos y las
amenazas y oportunidades que van a entorpecer o facilitar el proceso. La
habilidad de quien quiere crecer y ser eficaz parte de la identificación de los
obstáculos a afrontar y de los recursos a gestionar. Suena a los rigores
propios de un esquema laboral, pero previsión, cálculo y esfuerzo devienen
imprescindibles en la tarea de dotar de eficacia nuestra vida.
Muy
unida a la autoestima
Eficacia y autoestima son inseparables, ya que desarrollar la
autoestima no es otra cosa que aplicar la convicción de que somos competentes
para vivir. Hablamos de una competencia que no puede basarse en sensaciones y autoconvencimientos
sino en la realidad y en el esfuerzo y constancia que requiere alcanzar los
objetivos. La persona eficaz sabe gestionar sus capacidades dedicando a cada
tarea u objetivo el tiempo y los recursos necesarios, consiguiendo lo que se
pretende. El beneficio no sólo consistirá en la consecución del objetivo, sino
también en el refuerzo que recibimos al asentar y potenciar la confianza en
nosotros mismos. Esa base de confianza personal genera una seguridad
imprescindible para la autorrealización. Desenvolvernos desde esa confianza ha
de suponer que somos conscientes y responsables de nuestros actos. La
conciencia tiene que ser una luz permanente en nuestra vida, pero estará guiada
tanto por nuestra inteligencia "intelectual" como por la inteligencia
emocional.
Eficacia
y conciencia
No podemos hablar de eficacia si no somos conscientes de lo que
queremos conseguir, de qué medios vamos a emplear, de las circunstancias en que
operamos, y si no sabemos anticipar las dificultades con las que nos podemos
topar. Tendremos que ser conscientes de nuestro momento emocional, de nuestros
recursos y del apoyo exterior con que contamos. La inteligencia
"intelectual" nos permitirá discernir entre la forma de pensar
racional y la distorsionada. Los pensamientos distorsionados ocultan, ignoran o
disfrazan la realidad y harán estériles nuestros esfuerzos para conseguir lo
que nos proponemos. Son pensamientos distorsionados los filtrantes (se
toman los detalles negativos y se magnifican), los polarizados
(por maniqueos -blanco o negro-, impiden ver los matices), las generalizaciones
(se extrae una conclusión general de un simple incidente), las visiones catastróficas
(se espera el desastre) las personalizaciones
(todo lo que la gente hace o dice es en relación a nosotros), las interpretaciones y
sobreentendidos (creemos saber qué sienten y quieren los demás
y por qué se comportan de la forma en que lo hacen), la culpabilidad
(los demás son los responsables de nuestro sufrimiento, o al revés, nos
culpamos de los problemas ajenos), los "deberías"
(manejamos normas rígidas sobre cómo deberían actuar los demás e incluso
nosotros mismos), el razonamiento
emocional (lo que sentimos tiene que ser verdadero
automáticamente), el tener
siempre razón (nuestro objetivo principal es tener la razón
frente a los demás), la falacia
de la recompensa (esperamos "cobrar" algún día
nuestro sacrificio y abnegación. El resentimiento puede ser dañino cuando se
comprueba que la recompensa no llega).
La
inteligencia emocional
Implica la atención y manejo adecuados de nuestras emociones y
sentimientos. Tan importante como hacer un análisis racional de la realidad, es
ser conscientes de nuestro momento personal y de los recursos emocionales que
podemos desplegar para conseguir el objetivo que nos hemos propuesto.
Hemos de parar y darnos cuenta de cuáles son los sentimientos
que emergen en nosotros en relación con ese objetivo o con la circunstancia
emocional en que nos encontramos, y denominarlos por su nombre aun cuando sean
de rabia, vergüenza o envidia. Y reconocer que forman parte de nuestra vida y
que lo terrible no es sentirlos sino quedarnos enquistados en ellos,
paralizados y sin capacidad de reacción. Ser inteligentes emocionalmente exige
asumir esos sentimientos y hacernos responsables de ellos, calculando en qué
medida pueden interferir en nuestras respuestas; en algunos casos, bloquearán
la fluidez de nuestra acción y reducirán nuestra eficacia.
Tan imprescindible como ser inteligentes es utilizar bien
nuestras habilidades sociales o de comunicación, que comprenden una escucha abierta
(existen opiniones diferentes a las mías), empática (sé colocarme en el lugar
de la otra persona y así comprendo mejor lo que hace, dice o siente), incondicional
(no utilizo etiquetas ni juicios de valor hacia mi interlocutor) y respetuosa.
Obtener logros y ser eficaces requiere, además de un correcto
análisis de la realidad, de tener en cuenta quiénes somos y en qué momento
personal nos encontramos, una buena dosis de esfuerzo cotidiano y constante que
respete ese ritmo que hemos establecido por ser el que mejor se adapta a
nuestras posibilidades reales.
¡Que estes bien!!!
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