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miércoles, 25 de febrero de 2015

PERDONAR

No significa que estés de acuedo con lo que pasó, ni que lo apruebes.
Perdonar no significa dejar de darle importancia a lo que sucedió, ni darle la razón a alguien que te lastimó. 
Simplemente significa dejar de lado aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor o enojo.

En esta sesión me gustaría hablar de perdonar, pero con un sentido nuevo, hasta descubrir que realmente no hay nada que perdonar. Pero en la vida nos encontramos con conductas en nuestra relaciones que aun en el conocimiento de que "no hay nada que perdonar" tenemos que manejar de manera que sean positivas para nuestro cuerpo y nuestra alma, sin perder de vista de que muchas veces nos es más fácil ver la sombra de los demás que nuestra propia sombra.

El primero de los errores es creer que cuando se perdona, estamos haciendo un favor a la otra persona. Y nada más lejos de eso. La experiencia nos dice que cuando guardamos rencor a otra persona, somos los únicos lastimados: podemos pasar noches sin dormir rumiando venganza e imaginando que vamos hacer para desquitarnos y es muy posible que el otro esté durmiendo tranquilamente.

Nos equivocamos también cuando pensamos que perdonar es perder, cuando realmente el que perdona gana. El odio ata, nos hace dependientes y en cambio el perdón libera, rompe los lazos que nos mantenían unidos al agresor a través de la ira.

Otras veces pensamos que perdonar es justificar. Que se trataría algo así como de comprender o “aquí no ha pasado nada". Y esto no es así. 

Perdonar NO ES JUSTIFICAR una conducta errada, justificar una ofensa o autojustificarnos. Cuando se perdona, uno reconoce que el otro ha obrado mal, ha cometido un hecho más o menos grave, pero aún así se decide perdonarporque se decide apostar por la propia salud y por el bienestar interior. No se trata de disculpar al otro y liberarlo de la "culpa", mas bien se está buscando liberarse de sentimientos tóxicos. Tampoco se trata de convertirse en cómplice de lo injusto, sino elegir una higiénica actitud de vida.

Es la buena ocasión para poner luz en nuestra propia sombra, verla, reconocerla e iluminarla.

Otras veces pensamos que perdonar es olvidar, y tampoco es eso, pues entre otras cosas porque el olvidar o no algo, va a depender de la memoria que tengamos, si bien las ofensas tienden a recordarse por la carga emotiva que llevan. El hecho de que uno no olvide, no significa que no perdone. Uno puede recordar hechos dolorosos sin tener el desgaste del resentimiento y el rencor. Incluso conviene recordar para evitar ser herido de nuevo .

Otras veces pensamos que perdonar es restaurar las cosas al nivel que estaban antes del enojo. Que si uno perdona a un amigo, debe devolverle la amistad o si alguien te traiciona, con el perdón la confianza viene recuperada. Pero esto no siempre es así. No siempre se puede; más aun en ocasiones no resulta prudente devolver la confianza a quien nos ha engañado y a pesar de ello se puede perdonar.

Perdonar no implica reponer los sentimientos y afectos, ni impide reclamar lo que en justicia se merece, en el caso de derechos violados, ni de que el otro reciba el castigo que en justicia merece, siempre y cuando no se busque la venganza personal, sino la justicia.

Otra cosa que se piensa es que para perdonar a alguien, el otro tiene que venir a pedirnos disculpas, se espera el arrepentimiento para otorgar el perdón, el reconocimiento de la ofensa por parte del otro. Si esto fuera así, la posibilidad de todo el beneficio de ejercer el perdón, no estaría en nuestras manos . Dependería de que nos quisiera o no dar la oportunidad de perdonar… 
Para perdonar no es preciso que el otro nos pida disculpas, ni que reconozca nada, ni que se arrepienta. Efectivamente es así y entonces reconocer que  Uno no juega a ser Dios cuando perdona al otro resulta tremendamente liberador. Es para sanarnos a nosotros mismos, para restaurar el vínculo con nuestra Divinidad que el ego rompe por ignorancia,  que necesitamos reconocer lo que ha pasado, reconocer nuestra sombra, iluminarla e integrarla.

Cuando perdonamos a otros, lo hacemos para quedarnos libres de la violencia que hemos sufrido y de sus secuelas. Estamos en el nivel de las relaciones entre hombres y no en el nivel espiritual que pertenece al campo de la fe que cada uno tenga.

Y si perdonar no es olvidar, ni justificar, ni esperar las disculpas, ni restaurar una relación ¿Qué es el perdón? 
 EL PERDON ES ANTE TODO UNA DECISION que cada uno puede tomar o no, según le parezca; es independiente del sentimiento, y de lo que el otro haga. Y es una decisión personal. No es necesario hablar con quién nos ofendió porque lo que se busca es liberarse del odio y resentimiento reactivo. "Se realiza silenciosamente en el corazón de cada uno, como una plegaria sencilla e íntima".
¿Y cómo saber si uno ha perdonado? Se ha perdonado, primero cuando ya no se desea el mal al otro; segundo cuando se renuncia a la venganza y tercero cuando uno es capaz de ayudar al ofensor si se le ve con una necesidad que podemos solventar.
Perdonarnos y perdonar a los demás es apostar por la alegría, por la salud, es apostar por la vida, es cerrar las puertas a la tristeza, a la amargura y a la larga o a la corta a la enfermedad.
Al final es únicamente deshacer el error y la ignorancia.

¡Que estés bien!!!

martes, 10 de febrero de 2015

Aligerando tu equipaje

Cuantas veces nos descubrimos repitiendo actitudes o comportamientos iguales a los que nuestros padres tuvieron con nosotros, cuando fuimos pequeños. Pareciera que estamos obligados a repetir ciertas actitudes o comportamientos negativos, conservar prejuicios, temores, pensamientos e ideas de pobreza, de limitación, creencias negativas que nos frenan, nos inhiben de asumir retos para extender nuestros horizontes de manera que podamos ir mas allá de lo que fueron ellos… Todo esto, sin darnos cuenta de que somos así, aun a pesar de que en algún momento de la juventud nos prometimos a nosotros mismos que no lo repetiríamos, mucho menos para afectarnos a nosotros o a nuestros seres queridos.

Y, ciertamente, nuestros padres y abuelos también nos dejaron un legado positivo de actitudes, comportamientos y creencias, que debemos conservar y compartir con nuestros hijos, pero con el otro, el negativo, tenemos la responsabilidad, por amor a nosotros mismos y a ellos, de asumirlo y trabajar seriamente en corregirlo, superarlo, transformarlo para que no nos siga afectando tan profundamente a nosotros, a nuestros hijos y a sus hijos.
Generalmente no somos testigos de nuestro comportamiento, no nos escuchamos al momento de hablar, no nos vemos al actuar, por esta razón siempre asumimos que lo hacemos muy bien y que los demás son los que tienen el problema y deben mejorar. Pero detengámonos por un momento y dejemos de juzgar a las otras personas y concentrémonos en nosotros mismos, ¿Estás dispuesto a seguir repitiendo aquellas actitudes negativas que tanto daño te causan a ti y a las personas que se relacionan contigo, a mantener como ciertas las creencias que te mantienen en una situación de limitación, que no te dejan reconocer tus errores para que puedas aceptarlos y hacer cuanto sea necesario para superarlos y ser cada día más libre de esa carga emocional que amenaza constantemente tu paz y felicidad?
Es tiempo de cambiar, de renovarnos mentalmente, de volvernos más ligeros de equipaje, para vivir con más libertad,más tolerancia y flexibilidad, porque bien vale la pena detenernos para reflexionar un poco acerca de la vida que queremos vivir. 

Como no es tan sencillo el proceso de observarnos sin juzgarnos o justificarnos, tenemos que buscar una persona en quien confiar, un buen amigo, tu pareja, un hermano, un terapeuta, alguien que sepamos que sólo desea nuestra felicidad y bienestar y que por su experiencia, conocimiento y estilo de vida pueda apoyarnos con sus comentarios producto de una observación imparcial y genuina. Abrirnos a escuchar sus sugerencias no significa que perdemos autonomía, autoridad o valor personal, por el contrario, hacerlo nos daría la oportunidad de revisarnos, reflexionar y decidir si estamos de acuerdo con ellos para corregirlo. Y es que es complicado que algo cambie, cuando ni nosotros estamos dispuestos a cambiar, no se puede solucionar algo si mantenemos la misma postura y deseamos que todo siga como siempre, precisamente el problema esta por mantenernos en una misma posición y no avanzar...Enfocate en el resultado final que deseas, no en lo que no te gusta de lo que estas viviendo y pronto tu realidad habrá cambiado... Si quieres comenzar aquí te van algunas herramientas útiles:

Identifica el círculo: Identifica las ideas, costumbres y rutinas que heredaste de tu familia, y que te parecen equivocadas. Establece una estrategia para corregirlas y no repetirlas, vigílate constantemente, pues siempre estarán al acecho.
No te justifiques. Lo primero que hacemos cuando alguien nos hace una observación es defendernos, justificar nuestra actitud y comportamiento sin permitirle a la otra persona siquiera terminar su comentario. Escucha con atención y tómate el tiempo necesario para reflexionar en ello.
No te conectes a la rabia. Piensa que la víctima más grande de la ira eres tú, y que todos los comentarios y actitudes impulsadas por ella, causarán heridas difíciles de sanar en las demás personas. Conserva la calma y pon distancia para no empeorar la situación con tu comportamiento.
No te sientas víctima. Evita jugar a ser la víctima, pues este sentimiento hará que te sea más difícil salir de ahí. Pues todo lo que hagan o digan las personas alrededor de ti, lo tomarás como una ofensa personal y guardarás dentro de ti resentimiento y deseo de venganza.

Piénsalo, vale la pena, no te limites, no dejes que tu mente te convenza de que estás en lo cierto y que no tienes que cambiar nada de tu comportamiento, porque lo seguirás repitiendo, y cada día la relación con los demás será más difícil de mantener y disfrutar. Es bueno tener presente que pocas veces somos culpables de los errores que cometemos, más bien somos víctimas de lo que aprendimos. Asume la responsabilidad de corregirlos y date otra oportunidad.


 ¡Que estés bien!!!

lunes, 9 de febrero de 2015

Las Asignaturas pendientes

"Si hubiese hecho, si hubiese dicho, si me hubiese comportado de otra manera o hubiera optado por la otra opción"... Echamos la vista atrás y nos culpabilizamos por acciones de nuestro pasado y pensamos que ahora pagamos las consecuencias. 


Hemos de admitir que las decisiones que resultaron no ser las más acertadas condicionan muchas facetas de nuestra vida. De hecho, lo que somos es producto tanto de lo que hicimos como de lo que dejamos de hacer, y nos afecta en lo académico, profesional, doméstico y emocional. Es comprensible que en determinadas situaciones, que suelen coincidir con momentos de inestabilidad o de carencias emocionales, nos lamentemos por no haber adquirido habilidades concretas o por haber dejado escapar a aquella persona que tanto bien nos hacía. Sentirlo con cierta añoranza no es negativo, siempre que aceptemos nuestro presente y lo vivamos con agrado, no con resignación. Pero si no partimos de esa aceptación satisfactoria y andamos de continuo con la vista atrás pensando en lo que fue y en lo que pudo haber sido, tendremos que plantearnos si no estamos viviendo con asignaturas pendientes.
Cuáles pueden ser las asignaturas pendientes
·        Añorar con dolor y sentimiento de fracaso el no haber cursado determinados estudios.
·        No haber aclarado aquel malentendido por el que perdimos a una persona querida.
·        No habernos despedido o haber manifestado nuestro amor a esa persona que amábamos y se nos fue.
·        Pensar que no hicimos lo suficiente por alguien y sentir que, no sólo hemos decepcionado a esa persona, sino también a nosotros mismos.
·        Creer que hubiéramos podido evitar alguna desgracia que ocurrió en nuestro entorno.
·        Culpabilizarnos de la falta de decisión o bien de la decisión tomada sobre algún asunto importante, por las consecuencias que ha tenido en nuestra vida.

Las citadas asignaturas pendientes corresponden a situaciones del pasado cuya influencia en nuestra realidad cotidiana tendemos a magnificar. 

Estas suelen ser vistas en la actualidad con un sentimiento de fracaso, incapacidad e incluso de culpa, que nos lleva a idealizar lo que hubiera sido nuestra vida si no existieran, si hubiéramos sabido gestionar lo que ocurrió de manera diferente. Pero lo cierto es que no hay vuelta atrás y no sabemos, ni podremos saber, qué hubiera sido de nosotros y de nuestras vidas si nuestra asignatura pendiente no existiera.
En las asignaturas pendientes se mezclan sentimientos dolorosos, como la insatisfacción, la incapacidad personal, la falta de confianza, la irresponsabilidad, la exigencia perfeccionista, el victimismo, el miedo y la culpa. Se sostienen porque se parte de la falsa creencia de que cometer errores equivale a no valer. Las equivocaciones del pasado se toman, entonces, como fracasos personales y no como parte fundamental de todo aprendizaje, olvidando que sirven para percibir lo que no nos conviene o nos hace mal. Usarlas para maltratarnos y castigarnos, además de despojarlas de su utilidad, nos lleva a recaer en otro nuevo error: castigarnos.
Dependiendo de nuestro momento actual y de cuál sea nuestra asignatura pendiente quizá podamos reparar aquello que pensamos que hicimos equivocadamente, acometer lo que no hicimos, aclarar malentendidos, decir lo que no dijimos, pedir perdón o dar las gracias. Pero es importante hacerlo desde la idea de que nos va a procurar mayor felicidad en el ahora.Una revisión depurativa de creencias unido a un cambio en la actitud frente al pasado resultan beneficiosas en estos casos. 
Resumiendo se diria que quien cree que cometer errores equivale a fracasar, olvida que las equivocaciones forman parte fundamental de todo aprendizaje y se niega la posibilidad de reparar aquello que siente como una asignatura pendiente que tal vez pueda solucionarse pero siempre y cuando se haga para mejorar el presente y no con la intención de reparar el pasado.

¡Que estés bien!!!



viernes, 6 de febrero de 2015

Comprendiendo tus lenguajes de amor


Las consultas de psicólogos matrimoniales están llenas de parejas que dicen quererse pero que no parecen capaces de transmitir su amor al otro...

Cada persona tiene uno o dos lenguajes específicos con los que se siente especialmente cómodo para percibir y expresar amor. A veces expresamos amor en un lenguaje y deseamos recibirlo en otro. Si nadie nos habla en nuestro lenguaje de amor, nos resultará difícil sentirnos amados. Intentaremos provocar en los demás la expresión de amor en el lenguaje que entendemos mejor y sentiremos frustración si no lo conseguimos.
El Dr. Chapman es autor de un método popular y práctico que destaca las cinco maneras básicas en las que las personas expresan y reciben amor: a través del contacto físico, compartiendo tiempo de calidad con las personas, haciendo regalos, con actos de servicio o a través de las palabras. Los denomina «lenguajes de amor» porque gracias a ellos podemos comunicar y recibir amor de forma directa y clara :

  
El contacto físico es una forma de comunicación sencilla porque no requiere palabras. Las palabras pueden ser, en la convivencia, fuente de muchos problemas, tanto por lo que decimos mal, como por lo que no sabemos decir a tiempo. El gesto de cariño —un abrazo, una palmada en la espalda, una caricia, una mirada— ayuda a reconfortar al otro y a transmitirle nuestro afecto de forma casi instantánea. También existen maneras lúdicas de expresar el afecto a través del contacto físico; por ejemplo, a través de juegos como el baloncesto, el fútbol, la lucha libre... Esto es particularmente importante para los niños varones entre 7 y 9 años, ya que a esta edad suelen retraerse ante el contacto físico explícitamente afectuoso pero necesitan seguir recibiendo y expresando las emociones a través de otras formas de contacto físico.

Algunas personas evitan el contacto físico o lo convierten en algo puramente utilitario: tocan a sus hijos cuando tienen que vestirles o sentarles en el coche. Despojan así al contacto físico de cualquier carga emotiva. A veces tratamos nuestro cuerpo como una barrera, algo que nos protege de los demás en vez de ayudarnos a comunicarnos. En los sociedades latinas, más acostumbradas a la expresión física del afecto, el contacto físico entre personas es, afortunadamente, bien tolerado.           

Porque es directo y cálido, el contacto físico es muy importante cuando una persona está enferma o triste.    

Las palabras son la expresión explícita de nuestra aprobación, o desaprobación, de los demás. Para expresar nuestro amor a través de las palabras utilizamos las palabras de afirmación: elogios, palabras de aliento, palabras de apoyo o de afecto. El poder de nuestras palabras, sobre todo en la psique de los niños, es mucho mayor del que solemos tener en cuenta. Casi todos recordamos palabras fugaces que, sin embargo, marcaron nuestras vidas de forma más o menos implacable, como aquella vez en la que nuestra madre nos dijo que necesitábamos vestirnos bien porque no éramos naturalmente atractivos, cuando el profesor de gimnasia nos llamó torpes o cuando una maestra dijo que nos faltaba imaginación. Los niños creen que pensamos sinceramente todo lo que les decimos. Si somos conscientes de ello, sopesaremos mejor el poder de nuestras palabras, sobre todo para comunicar amor o desprecio.



Las palabras de afecto, de cariño, de felicitación o de ánimo apoyan a los demás de forma positiva. Tras cada palabra de aliento y de reconocimiento comunicamos en silencio a la otra persona: «Te quiero y me interesas de verdad». Estas palabras alimentan el sentido de valía y de seguridad del niño y de los adultos que nos rodean. Las palabras de amor y cariño se dicen casi sin pensar, pero su huella es duradera. Al contrario, cuando las palabras son hirientes y se espetan a raíz de una frustración o enfado pasajeros pueden dañar nuestra autoestima y hacernos dudar de nuestras habilidades.      

El tiempo de calidad es, simplemente, un tiempo de atención sostenida, dirigida al hijo de manera exclusiva. En esta sociedad apresurada el tiempo de calidad que compartimos con nuestros hijos es un regalo generoso por parte de los padres porque supone el sacrificio de tiempo para uno mismo o para la pareja. Es más sencillo ofrecer contacto físico y palabras de afirmación a nuestros seres queridos porque no requieren tanto tiempo.          

El factor decisivo en el tiempo de calidad no es tanto la actividad que se lleva a cabo, sino el hecho de compartir algo juntos, sin presiones ni obligaciones, por puro placer. El tiempo de calidad permite aprender a conversar y a escucharse sin prisas, tal vez sin un sentido claro de adonde se quiere llegar, sin un objetivo que cumplir. Nuestro tiempo se mide en función de su rendimiento y el rendimiento ha de ser evidente. Con el tiempo de calidad no le pedimos cuentas a nuestro tiempo. Lo regalamos por amor.    

En una sociedad donde las personas son cada vez más espectadoras en vez de participantes, la atención personalizada es cada vez más importante. Para las personas que necesitan especialmente la experiencia del tiempo de calidad para percibir y demostrar amor, emprender este camino compartido con los demás es fundamental. Encontrar el tiempo necesario para conversar con nuestros hijos, a cualquier edad, es clave para que aprendan a comunicarse de una forma íntima y sosegada; más adelante podrán trasladar este conocimiento a sus futuras relaciones, incluyendo su vida de pareja. Si solamente hablamos con nuestros hijos para corregirles, no aprenderán el valor emocional de la atención positiva y concentrada.

Con los más pequeños se recomienda que aprovechemos la hora de ir a dormir, porque suele ser un momento propicio para una conversación: es un momento del día en el que los niños están particularmente pendientes de sus padres, tal vez por la falta de distracciones ambientes o por el deseo de retrasar unos minutos la hora de ir a dormir. Los ritos a la hora de ir a dormir son cálidos e íntimos e inducen el niño a la confianza y a la relajación. Ayudan a tejer lazos emocionales entre padres e hijos. Las prisas de la sociedad donde vivimos contrastan con estos momentos de paz y de tiempo aparentemente «perdido». Los beneficios del tiempo que pasamos con nuestros hijos, dedicados a desarrollar la confianza y el amor mutuos, serán incontestables a medio y largo plazo. Para ello es necesario marcar prioridades y resistirse a la «tiranía de lo urgente».               

El lenguaje de los regalos puede resultar difícil de comprender a primera vista. En una sociedad descaradamente consumista el regalo ha perdido parte de su sentido más noble. Un regalo no tiene por qué ser un objeto frívolo o innecesario: puede ser un objeto de primera necesidad que damos al niño como regalo, con amor. Si distinguimos de forma clara entre objetos de primera necesidad, como la mochila para llevar los libros al colegio o un par de zapatillas nuevas, y regalos convencionales, como una muñeca o un lego, acostumbramos al hijo a recibir los objetos de primera necesidad como si fuesen debidos y a no reconocer el amor que subyace en el regalo de estos objetos. Todos son regalos. Para el niño o el adulto cuya forma principal de demostrar o de recibir amor es el acto de regalar o de recibir regalos, cada regalo será una fiesta, al margen de su importancia o uso. Lo que este niño o adulto percibe tras el lenguaje de los regalos es el amor de sus padres o seres queridos, que se manifiesta más claramente para él o ella a través del regalo, de la ofrenda, en un sentido amplio. Si regalamos con este espíritu, el niño aprenderá a dar y a recibir con el mismo espíritu generoso.

Resulta tentador, en determinadas circunstancias, regalar de manera indiscriminada a nuestros hijos para evitar la expresión del amor en sus demás lenguajes. Muchas familias disfuncionales intentan remediar la falta de empatía y de comunicación emocional a través de los regalos. Sin embargo, regalar debería ser un lenguaje de amor y no una herramienta para manipular. Recuerde  que si un padre ofrece un regalo a su hijo para que éste ordene su habitación, no estará ofreciendo un regalo sino un pago por servicios prestados. Si le damos un barquillo de helado a nuestra hija a cambio de que esté callada un rato porque estamos exasperados, estamos manipulando su comportamiento con un soborno. «El niño no sabe tal vez qué significa soborno o pago por servicios prestados, pero comprenderá perfectamente el concepto».

Exceptuando navidades y los cumpleaños, quizá, es aconsejable que los niños nos ayuden a elegir sus regalos porque sus preferencias son importantes y a partir de ellas pueden empezar a distinguir, por ejemplo, entre sus deseos fugaces y sus deseos más profundos.   

Los actos de servicio a los demás. La convivencia presupone una serie de obligaciones que los adultos se reparten para sacar adelante al grupo humano al que pertenecen. Gran parte de la vida de un adulto, pasada la primera juventud, puede estar dedicada a cuidar de los demás a través de estos actos de servicio. Así, los actos de servicio no son solamente un lenguaje adicional de amor, sino que forman parte de la vida de la mayor parte de los adultos. Ser padres constituye una labor de servicio constante a nuestros hijos. Los actos de servicio son física y emocionalmente exigentes. Si los padres se sienten de forma habitual víctimas de sus hijos, en el sentido de que están resentidos por el tiempo y el cansancio que implican los actos de servicio que hacen por ellos, éstos percibirán poco amor tras cada acto de servicio. Un acto de servicio no es una necesidad y una obligación, sino algo que se hace de manera generosa para ayudar al otro. Como resulta imposible mantener esta actitud constantemente, resulta útil parar de vez en cuando y asegurarse de que no perdemos este espíritu en el cuidado de nuestros hijos.        

Los actos de servicio tienen otra meta a medio o largo plazo: servimos a nuestros hijos, pero a medida que ellos crecen tienen que aprender de manera paulatina a ayudarse a sí mismos y a los demás. Este proceso no resulta rápido ni cómodo. Invertimos más tiempo para enseñar a un hijo a preparar su comida que a hacerlo nosotros mismos. Muchos padres piensan que no tienen tiempo para enseñar a sus hijos a poner la lavadora o son demasiado perfeccionistas para dejarles hacerlo. Esto resulta muy perjudicial para ellos, porque no aprenden a cuidar de sí mismos.     

A medida que el hijo crece será más evidente que responde con más facilidad y más profundamente a uno de los cinco lenguajes de amor. Ese lenguaje tendrá para él o para ella mucho sentido porque le llega de forma directa. Descubrir el lenguaje de amor de su hijo o ser querido es importante: así podrá expresarle su amor de forma más directa e inteligible, y también podrá ser consciente de que si usa un lenguaje de amor de forma negativa, fruto de una frustración pasajera o de un ataque de ira, el resultado será muy dañino y contundente.


Existen indicios fiables que ayudan a determinar el lenguaje de amor característico de las personas que nos rodean. Por una parte, reaccionarán muy positivamente cuando les hablemos en su lenguaje de amor y en cambio se sentirán heridos cuando les castigamos con ese lenguaje (por ejemplo, una persona que expresa y recibe amor compartiendo tiempo de calidad con los demás se sentirá muy desdichada si los demás no le dedican ese tiempo; otra persona que expresa su afectividad a través del contacto físico interpretará cualquier amenaza física como una falta de amor). Para descubrir el lenguaje de amor de nuestros hijos o de nuestra pareja, debemos fijarnos en aquello que tienden a reclamar más a menudo: «Quisiera irme de viaje contigo, a solas»; tomar nota de sus quejas más frecuentes, como por ejemplo: «Nunca me abrazas»; y ofrecerles opciones de ocio y de tiempo compartido, para ver qué lenguaje de amor prefieren.


 Si acostumbramos a nuestros hijos a dar y recibir amor en todos los lenguajes, el día de mañana podrán comunicarse libremente en todos ellos con un amplio espectro de personas.       

¡Que estés bien!!!



Siempre amargado

Es relativamente frecuente toparse con personas instaladas perpetuamente en la amargura, en la tristeza, el pesimismo y el desinterés.

La primera pregunta que nos asalta cuando nos encontramos con estas actitudes es si son el resultado de una insistente acumulación de disgustos, mala suerte, decepciones, desengaños y fracasos a lo largo de toda una vida o si más bien se trata de una opción voluntariamente elegida, una posición ante uno mismo y ante los demás que responde a percepciones muy subjetivas, opiniones o incluso a un cierto modo ético-estético de entender las cosas. Todos conocemos a personas empeñadas en encontrar el lado negativo de todo lo que acontece a su alrededor: son los pesimistas tenaces.
Cualquiera de nosotros tiene motivos, casi cada día, para preocuparse o entristecerse. Pero estropearse la vida a propósito es una habilidad que se aprende, no es suficiente con sufrir experiencias negativas. Lo peor es que quienes se empeñan en ver el lado negativo de las cosas, además de convertirse en personas infelices, tienen una penosa facilidad para amargar la vida de quienes tienen al lado, especialmente si las víctimas son niños o jóvenes, o dependen emocionalmente de la persona siempre insatisfecha.
Las experiencias desagradables tienden a amarrarnos al pasado y a inhibirnos el futuro, porque nos condicionan y atemorizan. 
Simplificando un poco, dará igual cómo nos vayan las cosas realmente, porque si mostramos una predisposición negativa y pesimista, los momentos dichosos los tamizaremos en exceso y los percibiremos con desconfianza y reservas, sin anotarlos a nuestro "haber".
Normalmente, los amargados tienden a desempeñar el papel de víctima, en una forma de comunicación interpersonal en la que (casi siempre para captar la energía y atención ajenas), asumen uno o varios de estos roles: el de perseguidor, que hace de malo, interroga y es percibido como un listo que lo sabe todo y castiga o humilla a quienes cree que se equivocan; el de salvador, que busca que le reconozcan su papel bondadoso pero que a la vez nos pasa constantemente facturas de cuanto hace, y el de víctima, cuyo planteamiento de supervivencia y comunicación es dar lástima a los demás, captando su atención mediante la exhibición de su sufrimiento.
Ocasionalmente -circunstancias nos sobran para ello- todos podemos interpretar estos roles y ello no es negativo. Lo que hace peligrar nuestro bienestar emocional y el de quienes nos rodean es que esos papeles los desempeñemos habitualmente.
 Paul Watzlawick, en su libro "El arte de amargarse la vida" (Herder, 1989, Barcelona), nos ayuda a reconocer nuestro estilo personal frente a determinadas situaciones y nos brinda una excelente oportunidad para reflexionar sobre los procedimientos por los que una persona va construyéndose una vida desdichada. Watzlawick, recurriendo a la ironía, nos enfrenta con los modos en que de manera voluntaria vamos creando y consolidando nuestra infelicidad. El autor, sabedor de la naturaleza contradictoria y paradójica del ser humano, en lugar de facilitar consejos para alcanzar la felicidad prefiere divulgar fórmulas para conseguir que vivamos anclados en la desgracia. 
En ese sentido se mencionan los siguientes:
      Créate problemas, y si no tienes bastante con los tuyos asume como propios los de los demás. Llena tu vida de complicaciones reales o ficticias, y concede gran importancia a todos los sucesos negativos.
·        Piensa que siempre tienes la razón. Todo es blanco o negro, y sólo existe una verdad absoluta: la tuya. Rechaza de entrada lo que digan los demás, incluso cuando pueda aportarte algo positivo. Si la idea o propuesta no es 100% tuya, deséchala, seguro que no merece la pena.
·        Vive obsesionado. Elige un acontecimiento suficientemente negativo de tu memoria, conviértelo en recuerdo imborrable y tráelo a tu mente una y otra vez, hasta que sólo vivas para pensar en ello. Así, las dificultades cotidianas no absorberán tu atención.
·        El presente no merece la pena, piensa siempre en el futuro. Aplaza el disfrute de los placeres de este o aquel momento, porque no puedes saber lo que te deparará el futuro. Confórmate con lo malo conocido y no te arriesgues ante lo bueno por conocer. Tortúrate pensando en todo lo negativo que te podría ocurrir dentro de unos años.
·        Jamás te perdones. Llegarás a un punto en el que tan sólo sentirás autocompasión. Piensa que tú eres el único responsable de lo que te ocurre, y nunca creas que hay situaciones que escapan a tu control.
Estas recomendaciones se plantean en un tono irónico con la intención de despertar la autocrítica y de que nos veamos un poco ridiculizados ante este tipo de pensamientos que nos invaden y determinan nuestra conducta hasta el punto de amargarnos la vida. 

Una alternativa interesante
La psicología científica propone sistemas para abordar este tipo de situaciones. Uno de ellos es la reestructuración cognitiva, una técnica cuyo objetivo es identificar, analizar y modificar las interpretaciones o pensamientos erróneos que los sujetos experimentan en determinadas situaciones o tienen acerca de otras personas. Un pensamiento es un diálogo con nosotros mismos, que contiene afirmaciones sobre situaciones, circunstancias, temas y personas. Cada una de esas afirmaciones es un pensamiento, que podemos clasificar en dos grandes grupos: los positivos, que nos ayudan a alcanzar nuestros objetivos y tienden a crear emociones positivas y nos hacen sentirnos bien; y los negativos, que obstaculizan el logro de nuestros objetivos y generan emociones negativas que hacen que nos sintamos mal.

Cada uno de ellos puede ser a su vez racional (si se apoya en datos reales y objetivos) o irracional, si no cuentan con suficientes datos reales y objetivos en qué apoyarse o incluso se hallan en contradicción con la realidad.
Reflexionar sobre la influencia que ciertos pensamientos tienen sobre nuestras emociones y conductas ayuda a ser menos pesimistas...

¡Que estés bien!!!
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martes, 3 de febrero de 2015

HIGIENE MENTAL

Estoy convencida de que en el mundo necesitamos más personas que amen lo que hacen, y no que busquen tener más. Porque cuando encontramos eso que amamos hacer en la vida, nos movemos con una entrega infatigable y apasionada, que en sí misma es profundamente gratificante, y que además, por si fuese poco, trae la consecución de objetivos deseados.

La psicología positiva da perfecta cuenta que el involucrarse y entusiasmarse con actividades saludables actúan a modo de barrera contra los trastornos psicológicos. Así por ejemplo un joven o adulto rodeado de afectos, amistades, deporte, estudio y proyectos o hobbies que ame, no será proclive al consumo de drogas, riñas ni otras conductas riesgosas, pues su vida estará llena de hábitos salutógenos y gratificantes que disfruta, los que no dejaran espacio a la patología. Sin embargo, muy probablemente en aquellos sujetos que tengan excesivo tiempo ocioso no tardará en anidar el pesimismo que tarde o temprano los llevarán a estados emocionales perjudiciales. De los que a su vez, eventualmente, buscará escapar mediante placeres vacuos empeñando la vida y pagando un elevado precio de energía que suele mostrar su cara más conocida a través de la escasez de VITALIDAD. 
Tratar la Higiene Mental es hablar de un trabajo interior a nivel individual para mejorar como persona, se trata de educar desde y para la salud, buscando esparcirla y fortalecerla, cuyas técnicas son de baja complejidad, y por tanto de fácil y económica implementación. Además, por si fuera poco, al instalar hábitos salutógenos se obtienen resultados sustentables, es decir, que perduran en el tiempo. Se trata de tecnologías psicológicas de vanguardia al servicio, no ya de la industria del marketing y el lucro como estamos acostumbrados, sino de la educación y el bien común.
A continuación mencionamos 10 Hábitos Salutógenos básicos a considerar en el proceso de cambio:  
 1- Deja ir a personas que sólo llegan para compartir quejas, problemas, historias desastrosas, miedo y juicio de los demás. Si alguien busca un cubo para echar su basura, procura que no sea en tu mente.    

2- Paga tus cuentas a tiempo. Al mismo tiempo cobra a quién te debe o elige dejarlo ir, si ya es imposible cobrarle.   

3- Cumple tus promesas. Si no has cumplido, pregúntate por qué tienes resistencia. Siempre tienes derecho a cambiar de opinión, a disculparte, a compensar, a re-negociar y a ofrecer otra alternativa hacia una promesa no cumplida; aunque no como costumbre. La forma más fácil de evitar el no cumplir con algo que no quieres hacer, es decir NO desde el principio. 

4- Elimina en lo posible y delega aquellas tareas que no prefieres hacer y dedica tu tiempo a hacer las que sí disfrutas. 

5- Date permiso para descansar si estás en un momento que lo necesitas y date permiso para actuar si estás en un momento de oportunidad.

6- Tira, recoge y organiza, nada te toma más energía que un espacio desordenado y lleno de cosas del pasado que ya no necesitas.    

7- Da prioridad a tu salud, sin la maquinaria de tu cuerpo trabajando al máximo, no puedes hacer mucho. Tómate algunos descansos.     

8- Enfrenta las situaciones tóxicas que estás tolerando, desde rescatar a un amigo o a un familiar, hasta tolerar acciones negativas de una pareja o un grupo; toma la acción necesaria.      

9- Acepta. No es resignación, pero nada te hace perder más energía que el resistir y pelear contra una situación que no puedes cambiar.  

10- Perdona, deja ir una situación que te esté causando dolor, siempre puedes elegir dejar el dolor del recuerdo.


Promulgar una actitud proactiva es fundamental para que una persona funcione bien y que las cosas que no nos gustan estén en disposición de cambiar. Si no nos movemos, no podemos esperar a que la vida cambie y nos sonría.

¡Que estés bien!!!

lunes, 2 de febrero de 2015

Escucha Activa

La escucha activa es un proceso en el que la persona que escucha se responsabiliza en comprender tanto el contenido como las emociones, y también las necesidades implícitas de lo que se cuenta, y después corrobora su entendimiento con su interlocutor/a. 
Por lo tanto, la escucha activa no es un proceso en el que baste estar ahí y ya está, sino que yo, como interlocutor tuyo, cuando tú estás hablando tengo que ser capaz de transmitirte que estás siendo escuchado y comprendido. 



A pesar de la gran importancia que tiene saber Escuchar Activamente en muchos contextos, la mayoría de las personas solemos cometer seis errores muy comunes:
§       1.-   No prestamos atención al tono de la gente cuando nos habla. Dependiendo del tono de voz empleado, la misma frase puede transmitir mensajes totalmente distintos. Hay que prestar atención al tono de voz ya que éste nos ayuda a detectar las emociones del interlocutor.
§   2.- Nos metemos en la conversación uniendo lo que nos dice el interlocutor con algo que nos ha pasado a nosotros en nuestra vida. Si nos fijamos, la mayor parte de las veces iniciamos nuestras conversaciones utilizando las palabras “Yo”, “A mí”. Si aspiramos a practicar una buena escucha activa intentaremos omitir estas palabras y trataremos de seguir con el tema que nos esté contando la otra persona prestándole toda nuestra atención.
§ 3.-Adoptamos posturas corporales incorrectasAdoptar posturas excesivamente relajadas, o con los brazos cruzados, con la mirada perdida, etc., no denotan interés por lo que el otro nos dice. Por ello sería aconsejable mantener un buen contacto ocular, asentir frecuentemente con la cabeza, sonreír de vez en cuando, sentarnos con el cuerpo ergido, algo relajado e inclinado ligeramente hacia delante…
§  4.-Nos distraemos con elementos del entorno. Si en nuestro entorno observamos muchos elementos distractores es preferible que, antes de mantener una conversación, escojamos con cuidado un lugar con menos estímulos que nos desvíen de nuestra intención de escuchar al otro.
§    5.-Damos respuestas cortas o cortantes.

§    6.-Cambiamos bruscamente de temaEs frecuente que nos desviemos repetidamente de un tema para abordar otro completamente distinto. Si queremos ser efectivos en nuestras interacciones comunicativas deberemos darnos cuenta de cuando el siguiente tema que vamos a abordar tiene o no que ver con el anterior.

PARA ESCUCHAR ACTIVAMENTE
§  Crea sintonía no verbal con tu interlocutor/a.
§  Escucha el contenido del mensaje. Verifica que lo has entendido correctamente sin interpretaciones ni juicios.
§  Escucha y observa el lenguaje verbal y no verbal de la otra persona, te darán información acerca de su estado emocional. ¿Cuál parece ser su estado emocional? Si encuentras dificultad en identificar sus emociones pregúntate: “Si yo estuviera viviendo esta experiencia ¿cómo me sentiría?” Esta reflexión te proporcionará las claves para comprender mejor a la otra persona.
§  Identifica las necesidades insatisfechas o comprometidas de la otra persona, ¿qué es lo que necesita? ¿qué desea en la situación que describe? Si hace falta, pregúntaselo: ¿Cuál es el objetivo que quieres conseguir en esta situación?
§  Ahora refleja la experiencia de la otra persona teniendo en cuenta: HECHOS + EMOCIONES + NECESIDADES.
§  Continua validando y reflejando la experiencia de la persona, evitando dar consejos o tu opinión hasta que se sienta comprendida y escuchada (esto suele ir acompañado de una resolución emocional, que no hay que confundir con una resolución de la situación). 

    BENEFICIOS DE LA ESCUCHA ACTIVA 
Al aplicar la Escucha Activa en nuestras relaciones con otras personas, comprobaremos que obtenemos una serie de beneficios que pueden ser sintetizados en dos grandes grupos: 

§  Me permitirá absorber más información, incluso aquella que no me resulta agradable, la que no me resulta cómoda o la que no me resulta fácil de entender. Además esta es la forma de escuchar que espera el otro.
§   Haré sentir bien a la otra persona y esto repercutirá positivamente en mi relación con ella.
    Esto es aplicable a cualquier ámbito en el que me desenvuelva, como en el trabajo, la vida social, la personal.
Así pues, escuchando activamente podemos lograr que la otra persona se sienta bien, que esté cómoda con nosotros, que le inspiremos confianza y que debido a lo anterior nos dé mayor cantidad de información.

¡Que estés bien!!!