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viernes, 6 de febrero de 2015

Comprendiendo tus lenguajes de amor


Las consultas de psicólogos matrimoniales están llenas de parejas que dicen quererse pero que no parecen capaces de transmitir su amor al otro...

Cada persona tiene uno o dos lenguajes específicos con los que se siente especialmente cómodo para percibir y expresar amor. A veces expresamos amor en un lenguaje y deseamos recibirlo en otro. Si nadie nos habla en nuestro lenguaje de amor, nos resultará difícil sentirnos amados. Intentaremos provocar en los demás la expresión de amor en el lenguaje que entendemos mejor y sentiremos frustración si no lo conseguimos.
El Dr. Chapman es autor de un método popular y práctico que destaca las cinco maneras básicas en las que las personas expresan y reciben amor: a través del contacto físico, compartiendo tiempo de calidad con las personas, haciendo regalos, con actos de servicio o a través de las palabras. Los denomina «lenguajes de amor» porque gracias a ellos podemos comunicar y recibir amor de forma directa y clara :

  
El contacto físico es una forma de comunicación sencilla porque no requiere palabras. Las palabras pueden ser, en la convivencia, fuente de muchos problemas, tanto por lo que decimos mal, como por lo que no sabemos decir a tiempo. El gesto de cariño —un abrazo, una palmada en la espalda, una caricia, una mirada— ayuda a reconfortar al otro y a transmitirle nuestro afecto de forma casi instantánea. También existen maneras lúdicas de expresar el afecto a través del contacto físico; por ejemplo, a través de juegos como el baloncesto, el fútbol, la lucha libre... Esto es particularmente importante para los niños varones entre 7 y 9 años, ya que a esta edad suelen retraerse ante el contacto físico explícitamente afectuoso pero necesitan seguir recibiendo y expresando las emociones a través de otras formas de contacto físico.

Algunas personas evitan el contacto físico o lo convierten en algo puramente utilitario: tocan a sus hijos cuando tienen que vestirles o sentarles en el coche. Despojan así al contacto físico de cualquier carga emotiva. A veces tratamos nuestro cuerpo como una barrera, algo que nos protege de los demás en vez de ayudarnos a comunicarnos. En los sociedades latinas, más acostumbradas a la expresión física del afecto, el contacto físico entre personas es, afortunadamente, bien tolerado.           

Porque es directo y cálido, el contacto físico es muy importante cuando una persona está enferma o triste.    

Las palabras son la expresión explícita de nuestra aprobación, o desaprobación, de los demás. Para expresar nuestro amor a través de las palabras utilizamos las palabras de afirmación: elogios, palabras de aliento, palabras de apoyo o de afecto. El poder de nuestras palabras, sobre todo en la psique de los niños, es mucho mayor del que solemos tener en cuenta. Casi todos recordamos palabras fugaces que, sin embargo, marcaron nuestras vidas de forma más o menos implacable, como aquella vez en la que nuestra madre nos dijo que necesitábamos vestirnos bien porque no éramos naturalmente atractivos, cuando el profesor de gimnasia nos llamó torpes o cuando una maestra dijo que nos faltaba imaginación. Los niños creen que pensamos sinceramente todo lo que les decimos. Si somos conscientes de ello, sopesaremos mejor el poder de nuestras palabras, sobre todo para comunicar amor o desprecio.



Las palabras de afecto, de cariño, de felicitación o de ánimo apoyan a los demás de forma positiva. Tras cada palabra de aliento y de reconocimiento comunicamos en silencio a la otra persona: «Te quiero y me interesas de verdad». Estas palabras alimentan el sentido de valía y de seguridad del niño y de los adultos que nos rodean. Las palabras de amor y cariño se dicen casi sin pensar, pero su huella es duradera. Al contrario, cuando las palabras son hirientes y se espetan a raíz de una frustración o enfado pasajeros pueden dañar nuestra autoestima y hacernos dudar de nuestras habilidades.      

El tiempo de calidad es, simplemente, un tiempo de atención sostenida, dirigida al hijo de manera exclusiva. En esta sociedad apresurada el tiempo de calidad que compartimos con nuestros hijos es un regalo generoso por parte de los padres porque supone el sacrificio de tiempo para uno mismo o para la pareja. Es más sencillo ofrecer contacto físico y palabras de afirmación a nuestros seres queridos porque no requieren tanto tiempo.          

El factor decisivo en el tiempo de calidad no es tanto la actividad que se lleva a cabo, sino el hecho de compartir algo juntos, sin presiones ni obligaciones, por puro placer. El tiempo de calidad permite aprender a conversar y a escucharse sin prisas, tal vez sin un sentido claro de adonde se quiere llegar, sin un objetivo que cumplir. Nuestro tiempo se mide en función de su rendimiento y el rendimiento ha de ser evidente. Con el tiempo de calidad no le pedimos cuentas a nuestro tiempo. Lo regalamos por amor.    

En una sociedad donde las personas son cada vez más espectadoras en vez de participantes, la atención personalizada es cada vez más importante. Para las personas que necesitan especialmente la experiencia del tiempo de calidad para percibir y demostrar amor, emprender este camino compartido con los demás es fundamental. Encontrar el tiempo necesario para conversar con nuestros hijos, a cualquier edad, es clave para que aprendan a comunicarse de una forma íntima y sosegada; más adelante podrán trasladar este conocimiento a sus futuras relaciones, incluyendo su vida de pareja. Si solamente hablamos con nuestros hijos para corregirles, no aprenderán el valor emocional de la atención positiva y concentrada.

Con los más pequeños se recomienda que aprovechemos la hora de ir a dormir, porque suele ser un momento propicio para una conversación: es un momento del día en el que los niños están particularmente pendientes de sus padres, tal vez por la falta de distracciones ambientes o por el deseo de retrasar unos minutos la hora de ir a dormir. Los ritos a la hora de ir a dormir son cálidos e íntimos e inducen el niño a la confianza y a la relajación. Ayudan a tejer lazos emocionales entre padres e hijos. Las prisas de la sociedad donde vivimos contrastan con estos momentos de paz y de tiempo aparentemente «perdido». Los beneficios del tiempo que pasamos con nuestros hijos, dedicados a desarrollar la confianza y el amor mutuos, serán incontestables a medio y largo plazo. Para ello es necesario marcar prioridades y resistirse a la «tiranía de lo urgente».               

El lenguaje de los regalos puede resultar difícil de comprender a primera vista. En una sociedad descaradamente consumista el regalo ha perdido parte de su sentido más noble. Un regalo no tiene por qué ser un objeto frívolo o innecesario: puede ser un objeto de primera necesidad que damos al niño como regalo, con amor. Si distinguimos de forma clara entre objetos de primera necesidad, como la mochila para llevar los libros al colegio o un par de zapatillas nuevas, y regalos convencionales, como una muñeca o un lego, acostumbramos al hijo a recibir los objetos de primera necesidad como si fuesen debidos y a no reconocer el amor que subyace en el regalo de estos objetos. Todos son regalos. Para el niño o el adulto cuya forma principal de demostrar o de recibir amor es el acto de regalar o de recibir regalos, cada regalo será una fiesta, al margen de su importancia o uso. Lo que este niño o adulto percibe tras el lenguaje de los regalos es el amor de sus padres o seres queridos, que se manifiesta más claramente para él o ella a través del regalo, de la ofrenda, en un sentido amplio. Si regalamos con este espíritu, el niño aprenderá a dar y a recibir con el mismo espíritu generoso.

Resulta tentador, en determinadas circunstancias, regalar de manera indiscriminada a nuestros hijos para evitar la expresión del amor en sus demás lenguajes. Muchas familias disfuncionales intentan remediar la falta de empatía y de comunicación emocional a través de los regalos. Sin embargo, regalar debería ser un lenguaje de amor y no una herramienta para manipular. Recuerde  que si un padre ofrece un regalo a su hijo para que éste ordene su habitación, no estará ofreciendo un regalo sino un pago por servicios prestados. Si le damos un barquillo de helado a nuestra hija a cambio de que esté callada un rato porque estamos exasperados, estamos manipulando su comportamiento con un soborno. «El niño no sabe tal vez qué significa soborno o pago por servicios prestados, pero comprenderá perfectamente el concepto».

Exceptuando navidades y los cumpleaños, quizá, es aconsejable que los niños nos ayuden a elegir sus regalos porque sus preferencias son importantes y a partir de ellas pueden empezar a distinguir, por ejemplo, entre sus deseos fugaces y sus deseos más profundos.   

Los actos de servicio a los demás. La convivencia presupone una serie de obligaciones que los adultos se reparten para sacar adelante al grupo humano al que pertenecen. Gran parte de la vida de un adulto, pasada la primera juventud, puede estar dedicada a cuidar de los demás a través de estos actos de servicio. Así, los actos de servicio no son solamente un lenguaje adicional de amor, sino que forman parte de la vida de la mayor parte de los adultos. Ser padres constituye una labor de servicio constante a nuestros hijos. Los actos de servicio son física y emocionalmente exigentes. Si los padres se sienten de forma habitual víctimas de sus hijos, en el sentido de que están resentidos por el tiempo y el cansancio que implican los actos de servicio que hacen por ellos, éstos percibirán poco amor tras cada acto de servicio. Un acto de servicio no es una necesidad y una obligación, sino algo que se hace de manera generosa para ayudar al otro. Como resulta imposible mantener esta actitud constantemente, resulta útil parar de vez en cuando y asegurarse de que no perdemos este espíritu en el cuidado de nuestros hijos.        

Los actos de servicio tienen otra meta a medio o largo plazo: servimos a nuestros hijos, pero a medida que ellos crecen tienen que aprender de manera paulatina a ayudarse a sí mismos y a los demás. Este proceso no resulta rápido ni cómodo. Invertimos más tiempo para enseñar a un hijo a preparar su comida que a hacerlo nosotros mismos. Muchos padres piensan que no tienen tiempo para enseñar a sus hijos a poner la lavadora o son demasiado perfeccionistas para dejarles hacerlo. Esto resulta muy perjudicial para ellos, porque no aprenden a cuidar de sí mismos.     

A medida que el hijo crece será más evidente que responde con más facilidad y más profundamente a uno de los cinco lenguajes de amor. Ese lenguaje tendrá para él o para ella mucho sentido porque le llega de forma directa. Descubrir el lenguaje de amor de su hijo o ser querido es importante: así podrá expresarle su amor de forma más directa e inteligible, y también podrá ser consciente de que si usa un lenguaje de amor de forma negativa, fruto de una frustración pasajera o de un ataque de ira, el resultado será muy dañino y contundente.


Existen indicios fiables que ayudan a determinar el lenguaje de amor característico de las personas que nos rodean. Por una parte, reaccionarán muy positivamente cuando les hablemos en su lenguaje de amor y en cambio se sentirán heridos cuando les castigamos con ese lenguaje (por ejemplo, una persona que expresa y recibe amor compartiendo tiempo de calidad con los demás se sentirá muy desdichada si los demás no le dedican ese tiempo; otra persona que expresa su afectividad a través del contacto físico interpretará cualquier amenaza física como una falta de amor). Para descubrir el lenguaje de amor de nuestros hijos o de nuestra pareja, debemos fijarnos en aquello que tienden a reclamar más a menudo: «Quisiera irme de viaje contigo, a solas»; tomar nota de sus quejas más frecuentes, como por ejemplo: «Nunca me abrazas»; y ofrecerles opciones de ocio y de tiempo compartido, para ver qué lenguaje de amor prefieren.


 Si acostumbramos a nuestros hijos a dar y recibir amor en todos los lenguajes, el día de mañana podrán comunicarse libremente en todos ellos con un amplio espectro de personas.       

¡Que estés bien!!!



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